miércoles, 15 de enero de 2014

Estación Toledo y Plaza Díaz, en Nápoles, Italia

Este proyecto aborda de forma brillante, el reto de provocar una relación espacial y arquitectónica entre una plaza urbana y la estación situada a más de treinta metros de profundidad.

“La inspiración, el leitmotiv del proyecto, surgió en la primera visita de obra que tuve el privilegio de realizar cuando la obra de ingeniería estaba apenas iniciada. El amplio pozo de más de 40 m de profundidad, sobre el que se ubicaba la inmensa grúa puente que evacuaba toneladas de sedimentos volcánicos del subsuelo napolitano provenientes de la excavación de túneles y galerías, era de una grandiosidad piranesiana”… De esta manera comenta Oscar Tusquets la intuición que pudo permitirle, ya que los trabajos de ingeniería así lo confirmaron, modificar el proyecto convirtiendo este gran “pozo vertical” en el eje de su proyecto. Que los viajeros, apenas descendidos del metro, tuviesen referencia de la profundidad a la que se encontraban y vislumbrasen la luz del sol allá arriba, parecía algo mágico y que, desde la plaza pública superior, los viandantes pudiesen asomarse al pozo y ver circular a los pasajeros 37 metros (unas 12 plantas) más abajo, algo insólito y vertiginoso.


La otra idea motriz también vino dada por la insólita profundidad de la estación y por el hecho de que casi la mitad de la misma se encontrase por debajo del nivel del mar por lo que se decidió que la parte superior podía parecer excavada en la roca, y la parte inferior hundida en el mar. Suelo y paredes de la primera están recubiertos de piedra natural, y el afortunado descubrimiento de los restos de un muro aragonese en medio del vestíbulo acrecentó la deseada imagen de excavación. Los espacios situados bajo las aguas están totalmente recubiertos de vítreo mosaico azul. Arriba todo es terroso y mate: abajo, azulado, vibrante y brillante.


En la zona “excavada” el artista sudafricano William Kentridge ha ejecutado dos espléndidos murales de tema napolitano en mosaico pétreo, áspero y de carácter arcaico, mientras que, en la zona “acuática” el artista estadounidense Bob Wilson ha instalado, enfrentadas, dos larguísimas vistas de la orilla del mar; mar cuyas olas se mueven sutilmente cuando vamos circulando por la galería.


Además del gran cráter, la luz natural penetra en el mezzanino de la estación por tres lucernarios. El techo de esta área de ingreso es negro pero el blanco de los tragaluces se derrama en contornos aleatorios que recuerdan ciertas formas de Dalí o de Hans Arp. Estos lucernarios iluminan el interior pero, a la vez, permiten a los paseantes entrever el muro aragonese y el mural de Kentridge.

Además de la parte soterrada se ha diseñado su proyección superficial, el final de la Via Díaz, ahora transformada en una amplia plaza peatonal. Dos de los tres lucernarios que iluminan el mezzanino de la estación, se sitúan en el eje de las callejuelas que penetran en los quartieri spagnoli. Al descender por ellas los brocales hexagonales de estos “pozos” nos anuncian la estación y la gran plaza. En la parte alta, junto a la Via Toledo se sitúa, sobre un pódium pétreo, la magnífica estatua ecuestre en acero corten de William Kentridge. La pavimentación, ordenada por franjas de travertino, es de piedra lávica en las áreas de circulación y de adoquines cerámicos, más cálidos y mórbidos, en las áreas de reposo.





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